La ciudad es uno de los paradigmas de la actividad humana, y probablemente es imposible definirla sin aludir a la intensidad de las relaciones, los intercambios y las conexiones entre los ciudadanos, que es capaz de generar. Desde un punto de vista espacial, toda la legislación y todas las normativas aluden únicamente a dos tipos de espacios, el espacio público y el espacio privado, pero ya abundan los textos que hablan de un tercer espacio, el espacio colectivo. Si el espacio privado es aquel que está definido porque su titularidad es privada y el público se define por su pertenencia a la colectividad, el espacio colectivo sería aquel que aún siendo privada su propiedad, el uso en el desarrollado es claramente público. Si pensamos mínimamente en esta categoría, los bares, los restaurantes, los comercios, cines, centros comerciales o incluso algunos museos pertenecen a esta categoría. Muchos teóricos como Jose Miguel Iribas, ya atribuyen a este espacio, el denominado espacio colectivo, el gran logro de mantener la calle activa, es decir la actividad urbana. Este concepto, difícil de cuantificar que a menudo es resumido con expresiones que aluden a la vida del lugar, se tornan vitales a la hora de proyectar la ciudad, su urbanismo e incluso sus edificios. Está ya demostrado que los espacios públicos requieren de estas actividades, de bares, comercios, cines u otros espacios colectivos para mantener la tensión urbana y generar actividad y por lo tanto capacidad para socializar e intercambiar y cumplir así con una de las definiciones de ciudad a la que aludíamos al principio. En este sentido la mezcla de usos se torna, no ya una opción, sino una necesidad, para aumentar la complejidad y por ende la actividad y la vida del entorno urbano. Un edificio que resume bien este nuevo modelo es el levantado por el arquitecto japonés Hiroshi Nakamura para el centro comercial Plaza Omotesando situado en uno de los cruces de caminos más concurridos del mundo en el distrito comercial de Harajuku, en Tokio. Esta zona de la capital nipona ofrece ya un alto grado de mestizaje, en una interesante combinación y superposición de los rituales tradicionales del antiguo imperio y de los delirios consumistas y tecnológicos del nuevo Japón. Puede resultar chocante e incluso difícil de creer que la avenida Omotesando, llena de grandes tiendas de marcas de lujo diseñadas por Kengo Kuma, Toyo Ito, Tadao Ando, MVRV o SANAA, sea al mismo tiempo el acceso procesional al templo sintoísta más antiguo y más grande de toda la ciudad. Esta mezcla es precisamente el punto de partida de la arquitectura de Nakamura, que reinterpreta la estética de las grandes cubiertas, a menudo el elemento más importante de los edificios tradicionales japoneses, para diseñar un edificio comercial donde la clave está en la devolución del espacio de la cubierta al ciudadano. La composición del edificio se divide claramente en dos partes, es ligero y transparente en la base, sólido y opaco en la parte superior. Las tiendas de la...
Read MoreA menudo cuando pensamos en urbanismo, visualizamos grandes operaciones inmobiliarias de transformación de la ciudad. Las ciudades europeas parecen moverse al ritmo que marca la construcción de nuevos barrios, de nuevos desarrollos que en ocasiones han llegado a duplicar la ciudad existente. Esta metodología urbana, además de poco recomendable, se demuestra totalmente inútil cuando se trata de rehabilitar, de transformar grandes áreas degradadas, ya que el volumen económico necesario para poder actuar anula ya de arranque cualquier posible actuación. ¿Cómo es posible entonces abordar la regeneración urbana de una favela, o de toda la periferia de una ciudad como Medellín? La ciudad colombiana de Medellín lideraba hasta hace pocos años el ranking de las ciudades más violentas de Latinoamérica, y su imagen se asociaba a una periferia urbana caótica, sin presencia del estado, con grandes índices de inseguridad y sin ninguna cohesión social. En el año 2004 se fundó la EDU, empresa de desarrollo urbano municipal, que sería la encargada de plantear y desarrollar un nuevo modelo de ciudad. Su respuesta no se hizo esperar y una de sus primeras intervenciones fue la construcción de el llamado metrocable, un teleférico que hace las veces de un metro urbano sobrevolando los tejados de la escarpada periferia norte de la ciudad. Las estaciones incorporaban además pequeños espacios públicos y pequeños equipamientos comunitarios, tales como guarderías, gimnasios, una biblioteca o un museo. Esta intervención ligada al transporte público y que poco tiene que ver con el desarrollo inmobiliario de grandes barrios, transformó radicalmente todo esa área de la ciudad. De alguna manera ese proyecto que actuaba como una acupuntura urbana de pequeñas intervenciones, fue capaz de transformar un lugar residual en urbano. Mediante estas intervenciones micro la ciudad se reinventa, el estado, el ayuntamiento y los servicios aparecen de repente en barrios olvidados, dando servicio y generando una voluntad de cambio social y una nueva actitud en el vecindario. Este modelo de urbanismo caracterizado por las intervenciones puntuales capaces de transformar entornos urbanos ya es hoy caso de estudio en múltiples escuelas y es conocido como el Modelo Medellín. En Medellín, temas como la integración, la movilidad, la gobernanza, o la reducción de la pobreza y la violencia se han tratado desde lo urbano y no desde lo burocrático, lo policial o lo judicial. El Modelo Medellín, así como lo fue el efecto Guggenheim para Bilbao, ha sido capaz de transformar mediante el uso de la arquitectura un escenario de crisis, en un espacio de oportunidad, convirtiendo barrios antes degradados en espacios atractivos incluso para el turismo, lo que ha supuesto la llegada de inversiones y de nuevas economías. Tal vez, la particularidad de este sistema radique en el modo en que un pequeño edificio ha sido capaz de extender un nuevo modelo en todo un barrio. Uno de los últimos proyectos realizados por la EDU ha sido la construcción de 9 pequeños edificios localizados estratégicamente en zonas de periferia de la ciudad, en lo alto de las laderas, donde el caos urbano y...
Read MoreAprovechando la charla debate que VAUMM coordinó en el congreso EQUICIUDAD, hemos elaborado este texto, para resumir de alguna manera nuestra postura. La construcción de la ciudad fue históricamente un proceso pausado y basado en el apilamiento de estratos. Sobre la ciudad romana surgía la medieval, la árabe o judía después y de forma cronológica todas las formas urbanas características de cada época. A mediados del siglo XX, dio comienzo por contra un urbanismo expansivo, de crecimiento ilimitado. La aparición del vehículo utilitario transformó la escala de nuestras ciudades. La distancia ahora podía ser mayor por que el tiempo usado al moverse en coche era menor. Bajo estas nuevas libertades y la óptica del consumo la ciudad entendió que todo el territorio podía volverse urbano y alimentar de esta manera el crecimiento de la ciudad. Es fácil comprender que frente a un modelo que había entendido durante siglos el crecimiento de la ciudad como un proceso de engrosamiento, de crecimiento del espesor, el modelo defendido los últimos cincuenta años ha consistido en el de una mancha de aceite en imparable expansión. Sin lugar a dudas este fenómeno urbanístico, que se nos presenta como una espiral sin límite se encuentre en la base de la tan nombrada crisis, por lo que no es gratuito cuestionarse el modelo de crecimiento seguido por nuestras ciudades hasta el día de hoy. En esta parte del mundo, es decir en una Europa con la población en decrecimiento parece como mínimo dudoso seguir la senda del boom inmobiliario, en la que las ciudades únicamente buscaban crecer y multiplicar su población. El urbanismo estaba basado en el cambio legislativo de grandes áreas de territorio para legalizar en ellas mil, dos mil o tres mil viviendas que a menudo bajo el dibujo totalmente detallado de esa parte de la ciudad se construían en únicamente cinco años. Es sencillo identificar este tipo de operacion con cualquiera de las grandes áreas en construcción de nuestras ciudades. Zorrozaurre en Bilbao, Auditz-Akular en Donostia, Salburua en Gasteiz o Sarriguren en Iruña son ejemplos de este tipo de crecimiento de la ciudad. Tal vez un buen ejemplo de otro modelo de actuación es el desarrollado por el gobierno de la región de Nantes para el desarrollo de la llamada isla de Nantes. La isla de Nantes es una isla fluvial creada por el río Loira a una distancia de la costa que posibilitaba la navegación de ese tramo de río. La llegada del ferrocarril hasta la ciudad francesa convirtió estos cinco kilómetros de territorio en un área ideal para la ubicación de un imponente desarrollo industrial ligado a las fundiciones de acero. La perdida de navegabilidad del río unida a la extrema centralidad de esos territorios en la nueva ciudad de Nantes plantearon la necesidad de reintroducir en lo urbano ese espacio ahora en desuso. Frente a un urbanismo que borrase la huella de la actividad anterior se prefirió reutilizar la antigua trama del desarrollo industrial y reciclar para la ciudad muchas de las antiguas fábricas. Esta...
Read MoreEl crecimiento normal de las ciudades a menudo se produce de forma concéntrica, desde el centro hacia la periferia. En este lento pero continuo movimiento de expansión la actividad más urbana del centro va absorbiendo la periferia de la ciudad. Va transformando sus usos característicos, como el industrial o el de infraestructuras de comunicaciones en otros más propios del centro ciudad como el terciario o el residencial. Hace escasamente dos años, antes de la aparición de la tan comentada crisis económica, la actitud de todos los planes urbanísticos pasaba por la «tabula rasa», es decir por el derribo de todos los elementos preexistentes hasta generar un espacio vacío que volver a ocupar. Esta metodología además de económicamente insostenible, ya que no intenta aprovechar ni las virtudes de las estructuras existentes, borra todo vestigio de identidad, memoria o historia que el lugar, una fábrica o cualquier otro espacio previo hallan podido acumular con el paso del tiempo. Esta actitud basada en el valor de lo nuevo por encima de cualquier otra característica puede calificarse hoy de obsoleta y agotada. Una propuesta urbanística que pone de forma rotunda en cuestión este modelo es la de los llamados «jardines de las fundición» ubicados en Nantes y considerado uno de los proyectos urbanos en construcción más grandes de Francia. El desarrollo se extiende en la longitud de una isla fluvial generada por el río Loira a su paso por el centro urbano de Nantes. Dirigido por Alexandre Chemetoff desde 1990, el proyecto consiste en la transformación de una fábrica de fundición y del distrito de almacenes fluviales levantados durante décadas a su alrededor en un barrio de viviendas de 350 hectáreas. El proyecto urbanístico desarrollado se basa en dos ideas fundamentales, sacar el máximo provecho de las estructuras existentes sin necesidad de demoler ningún edificio y en tener en cuenta la historia y la geografía del lugar, y por lo tanto su entorno social. Mantener la estructura de la fábrica que dio origen y en la que trabajaron centenares de habitantes de Nantes era además de una ventaja económica dado que sus espacios podían reaprovecharse, un reto social, en el que lo que estaba en juego era la identidad y la memoria de todas esas personas cuya vida estaba ligada a esas estructuras. El proyecto propuso mantener la estructura metálica de la fundición y aprovechar su gran cubierta para crear un jardín bajo el mismo techo de la vieja fábrica. En definitiva generar un espacio público cubierto para el uso diario que permita espacios de juego para los niños y el desarrollo de eventos sociales como cenas, exposiciones o conciertos. Con un coste mínimo de intervención como fue la limpieza y el repitando y reparación puntual de la estructura existente de la fábrica, la actividad industrial anterior se recupera, no sólo como un objeto de museo, sino también como el legado de un lugar donde muchos ciudadanos locales fueron empleados y trabajaron duro, por lo que de alguna manera la conservación de la...
Read MoreParece que la construcción de una ciudad ex-novo, desde cero es un planteamiento que tiene que ver con la antigüedad, pero en realidad es un fenómeno que se esta llevando acabo incluso en la actualidad. Construir una ciudad nueva, donde antes no había nada conlleva un planteamiento titánico y de máxima envergadura, por lo que en general es un proceso ligado a impulsos económicos, sociales y políticos muy fuertes. Un buen ejemplo de estos impulsos políticos es el llevado a cabo por Brasil en 1956 para la construcción de su capital Brasilia en una meseta interior del país. Lucio Costa como urbanista, Oscar Niemeyer al mando de los arquitectos que edificarían los edificios y Burle Marx como arquitecto del paisaje, tardaron 41 meses en inaugurar una ciudad que les otorgaría fama mundial. Una caso similar pero de motivación bien distinta es el de la ciudad de Oak Ridge en Estados Unidos. Oak Ridge nació en 1942 cuando Estados Unidos se apresuró a construir una bomba atómica antes de que lo hiciera la Alemania de Hitler. Dirigidos por el estudio SOM, en la actualidad uno de los mayores del mundo, los ingenieros del ejército levantaron en dos años una ciudad para 75.000 habitantes. El primer reactor nuclear de la historia fue construido en esta ciudad junto con varios complejos industriales, en el tiempo record de 30 meses. Muchas ciudades se han visto afectados por las guerras, pero Oak Ridge es una de las pocas ciudades que se han creado a causa de una guerra. Para poder construir ha esta velocidad máxime durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los materiales de construcción eran escasos, la oficina de SOM, Skidmore, Owings y Merrill adaptó el sistema de paneles de cemesto para los diseños de unas 2.500 casas prefabricadas. Estos paneles robustos y ligeros, compuestos de un núcleo de fibra de caña de azúcar, tableros aislantes en ambos lados y forrados con asbesto y cemento, facilitaron la construcción de edificios con un lenguaje vanguardista y en sintonía con el movimiento moderno. La ciudad albergó a cientos de ingenieros, técnicos superiores y altos cargos militares, que desarrollaban su trabajo en parcelas estancas, lo que hacía muy difícil tener una visión global del conjunto. De esta manera la gran mayoría de los residentes eran participantes involuntarios en la cosecha de uranio para la bomba «Little Boy», que devastó Hiroshima en 1945, y sólo supieron en qué habían estado trabajando exactamente cuándo leyeron los titulares que proclamaban el fin de la guerra. La ciudad secreta de Oak Ridge genero a sus habitantes una sensación similar a la del protagonista de la película el Show de Truman, en la que el personaje principal vive su vida cotidiana frente a las cámaras aún antes de nacer, aunque no es consciente de este hecho. En la era de Google, Facebook y las redes sociales cuesta imaginar cómo pudo ser posible la construcción de una ciudad secreta con una población engañada. En la actualidad y al amparo de la ilusión...
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