
La idea de apoyarse en la organización de eventos mundiales, como unas olimpiadas o una exposición internacional, para impulsar o replantearse la ciudad hacia una postura más contemporánea empieza a plantearse como la solución a todos los problemas ciudadanos, aunque en la mayoría de los casos olvidándose de éstos.
Sería difícil encontrar a estas alturas un espectador, por muy poco informado que esté, que no conozca la disputa vivida entre Chicago, Tokio, Madrid y Río de Janeiro por la organización de los Juegos Olímpicos del año 2016. O mucho ha crecido el “espíritu olímpico”, o el esfuerzo puesto en el intento a nadie se le escapa, se centra en la utilización de este tipo de eventos como revulsivo urbano.
Es en el ámbito del planeamiento estratégico donde un grupo de ciudades con tamaño y potencia suficientes han empezado a considerar este tipo de acontecimientos como factores fundamentales para orientar la ciudad.Pabellones de Alemania y la URSS en la exposición universal de 1937 en París.
La historia de las exposiciones internacionales, por ejemplo, explica con claridad cómo éstas tenían un carácter efímero y puntual, en la que los pabellones desaparecían tras las fechas previstas para el evento. De la exposición universal de París celebrada en 1889, sólo nos queda la Torre Eiffel como testigo mudo de lo acontecido, mientras que de la exposición internacional de 1937, también en la capital parisina, probablemente una de las más importantes de la historia ya que mostró a través de sus pabellones, el enfrentamiento prebélico entre el comunismo, el nacionalsocialismo, el fascio italiano o la república española, nada nos queda hoy en día.
Pero esta actitud efímera de los eventos internacionales ha dado paso a una nueva política que los gestiona como agentes de cambio dirigidos a transformar las ciudades anfitrionas. Incluso desde un punto de vista social, estos acontecimientos se presentan como plataformas capaces de aunar bajo un eslogan la identificación de los ciudadanos con su ciudad, mientras que hacia el exterior se utilizan como amplificadores del prestigio nacional del país organizador. Como ejemplo de esta actitud sólo hay que recordar el esfuerzo desarrollado por China durante las últimas olimpiadas para limpiar su imagen en el panorama internacional, mientras la misma amplificación que conlleva el evento, era utilizada por múltiples organizaciones para protestar por las actuaciones del gobierno chino durante el recorrido internacional de la antorcha olímpica.
Esta lógica de escaparate mundial unida a la lógica de la economía que en forma de esponsorización acompaña estos eventos con una cascada multimillonaria, han conllevado que se imponga para las metrópolis un sistema de gestión empresarial de la ciudad, en lugar de un sistema guiado por un urbanismo serio que vigila la ciudad para actuar allí donde sus ciudadanos, como usuarios finales del espacio urbano demandan.
Esta política empresarial que lidera los cambios, se caracteriza por vivir un momento de auge económico ligado a estos eventos, que se transforma inmediatamente en la exteriorización de grandes desarrollos, que se acompañan con la mayor cantidad de reformas posibles para embellecer la ciudad y con grandes infraestructuras, en general del transporte, necesarias para la conectividad del acontecimiento de turno.
Es innegable que esas magnificas estaciones de tren de alta velocidad, o magnificas terminales aeroportuarias, se quedarán ahí cuando los juegos, la exposición o el forum cultural hayan pasado y pasarán a ser parte del patrimonio ciudadano, pero la pregunta surge inmediatamente ¿es lo que necesitábamos o lo que se necesitaba para el evento internacional y ahora nos queda?.
Ya que la lógica que ha mandado para definir la posición, la dimensión e incluso la arquitectura, seguramente de autor para amplificar la dinámica propagandística, de las infraestructuras resultantes, son producto de esa explosión de actividad que la organización de un evento de estas características conlleva, es difícil pensar que los resultados de transformación para la ciudad se ajusten a las necesidades de la misma.
Desde el punto de vista simétrico, podría también analizarse la falta de ética urbanística de estos planteamientos, situándonos en la hipótesis de por qué se le niegan unas infraestructuras o actuaciones a una ciudad y en definitiva a sus ciudadanos, que ven como un acontecimiento internacional si es capaz de movilizar, incluso en exceso, los recursos de su país para ponerlos al servicio de la organización.
Tal vez sea esta situación, la más llamativa de la derivada de la decisión del COI de otorgar la organización de los juegos olímpicos de 2016 a Río de Janeiro. Las actuaciones presentadas por la candidatura brasileña, podrían calificarse de faraónicas.
Sólo las actuaciones ligadas a planteamientos medioambientales conllevarán que se planten alrededor de 24 millones de árboles para proyectar la ansiada imagen de una ciudad verde, además está prevista la descontaminación de la bahía de Guanabara y de las lagunas de la Barra de Tijuca, eternamente abandonadas. Si estas mega-actuaciones son verdaderamente necesarias es la duda que inmediatamente se presenta y si lo son se plantea con fuerza la duda de si también antes lo eran, cuestionando de esta forma por qué no se había hecho nada anteriormente. Villa olímpicade Río 2016
Pero sin lugar a dudas la postura más curiosa en este sentido ha sido la realizada por Lula da Silva presidente de Brasil, que no ha podido contener su euforia y ha afirmado que la palabra favela desaparecerá para los juegos. Es dramático visualizar cómo la solución a los problemas de cientos de ciudadanos que se ven obligados a articular sus vidas en las favelas sólo encuentran respuesta bajo el manto de la organización de un juegos, es decir, bajo un urbanismo a golpe de evento mundial, en lugar de bajo un urbanismo al servicio de los ciudadanos.

VAUMM_iñigo garcía odiaga_publicado en MUGALARI 09.10.09