Dos cosas destacan profundamente al acercarse a la obra del arquitectos japonés Kengo Kuma. Por un lado la gran cantidad de proyectos que ha construido en los últimos 10 años, todos ellos de un altísimo nivel, por otro lado el uso tan radical de los materiales, o si se prefiere de la materia, como un elemento de continuidad entre el pasado, el presente y el futuro de la arquitectura.
No es una casualidad que a Kengo Kuma, muchos textos e investigadores le hayan colocado el sobrenombre del arquitecto de la materia. Muchos de los trabajos del estudio de Kuma hacen un esfuerzo por llevar el material a un escalón en el que adquiera todo el protagonismo, tanto formal como expresivo, pero siempre luchando por sumarse al contexto en el que se asienta el edificio.
Es una constante en su trabajo el uso de los materiales típicos de una determinada región o de las técnicas constructivas tradicionales de un pueblo para la construcción de un edificio contemporáneo en esa región.
Un buen ejemplo de esa obsesión por la materia del lugar es el Museo en Yusuhara. El proyecto puede resumirse como la construcción de un edificio puente, que unirá dos edificios públicos antiguos que durante mucho tiempo estuvieron separados por una carretera.
De esta manera, los museos existentes se comunicarán y se fusionarán en un único gran edificio que multiplicará sus funciones y su oferta cultural.
Dado que esta conexión en puente era necesaria, Kuma optó por dotarla de contenido, de este modo el puente no funciona sólamente como un pasaje entre las dos instalaciones existentes, sino que también alberga alojamientos y un taller, en definitiva un lugar de residencia temporal para artistas. En lugar de un derroche estructural de acero y vidrio, se propuso una estructura que con pequeños avances en voladizo fuese ganando poco a poco la distancia que separa los dos antiguos edificios. El sistema estructural, que se compone de cientos de pequeñas piezas, hace una clara alusión a las estructuras de voladizos desarrolladas a menudo en la arquitectura tradicional de China y Japón.
De alguna manera esta estructura reivindica un diseño sostenible, en un lugar de montaña en el que los transportes son muy caros, resuelve la cuestión de cómo se puede lograr un gran puente a través de la suma y encaje de pequeñas unidades de madera, evitando el uso y traslado de grandes elementos de construcción.
Este proyecto del puente recuerda en gran medida al Museo y Centro de Investigación GC Prostho construido por la oficina de Kuma 5 años antes. Todo el proyecto se origina en el sistema Cidori, un juego de construcción tradicional japonés. El Cidori es un conjunto de palos de madera articulados que tiene una forma única, que les permite unirse y formar agrupaciones espaciales únicamente girándolos, sin necesidad de usar clavos o elementos metálicos. El tradicional juguete ha llegado a las nuevas generaciones gracias al trabajo de cientos de artesanos que en la actualidad lo siguen fabricando. Mediante una colaboración con el ingeniero estructural del proyecto, Jun Sato, que llevó a cabo pruebas de compresión y flexión para comprobar la capacidad del sistema, se comprobó que el mismo dispositivo del juguete infantil podía ser adaptado a los grandes edificios contemporáneos. Multiplicando el tamaño de las piezas del juego se construyó la totalidad del edificio, creando una arquitectura cuyo universo surge mediante la combinación de unidades pequeñas y su repetición. Este proyecto defiende además una postura ideológica, aquella en la que el ingenio tradicional puede competir en la era de la tecnología en igualdad de condiciones y demuestra con la construcción del edificio que tecnología y tradición no están enfrentadas a las necesidades de la modernidad.
El Yusuhara Marche es uno de los últimos proyectos de Kuma. El edificio alberga un mercado de productos locales, y un pequeño hotel de 15 habitaciones, que quedan comunicados a través de un atrio. La calle principal del municipio en la que se sitúa el edificio, es un destino turístico muy importante en la región, y precisamente a este hecho se debe la existencia de gran cantidad de “Chad Do” tradicionales, unos locales con cubierta de paja que ofrecen servicios a los viajeros, tales como alojamiento, comida o eventos culturales y en los que se sirve té de forma gratuita. Como un intento de respetar la historia del lugar, los arquitectos usaron la paja tradicional como material; ya que su uso está muy arraigado en las cubiertas de los edificios existentes en la calle y su uso podía ser un buen medio para conectar el pasado con el presente. La cubierta de paja tradicional se reinventa en el edificio para proponer una fachada que mejora las condiciones del muro cortina de vidrio, tamizando la luz y que junto al cedro local en los testeros produce una imagen que habla de modernidad mientras dialoga con el contexto.
Interrogado en ocasiones por la autoimposición del uso estricto de un determinado tipo de madera para una obra concreta, Kuma explica que los carpinteros japoneses siempre han usado en sus obras la madera local, la que crece en ese mismo clima. Desde su visión es lo más razonable y lo más lógico, la humedad y la temperatura alteran la madera, que también se estropea en el transporte. Desde esta óptica, la madera de un lugar dura más en ese lugar y además es más económica. Podría por lo tanto tildarse esta metodología de sostenible, equilibrada y lógica. Estas obras de Kengo Kuma, más allá de sus efectos volumétricos o de sus riesgos formales, nos sirven para reflexionar sobre una tendencia que parece haberse implantado en la sociedad de consumo actual y que parece priorizar lo lejano y sofisticado frente a lo local y lo sencillo, defendiendo en ocasiones lo absurdo frente a lo ajustado y lo razonable.