Durante los últimos meses exposiciones como la desarrollada en Berlín sobre la vida del Mariscal Erwin Rommel o películas hollywoodienses como la protagonizada por Tom Cruise “Valkyria”; intentan recuperar determinadas expresiones de la Alemania nazi, olvidando las dimensiones de un conflicto que a través del muro atlántico aún es perceptible en nuestro territorio.
Al pasear por las inmediaciones del Castillo d’Antoine d’Abbadie, ubicado sobre la playa de Hendaia, pueden descubrirse con facilidad los primeros bunkeres alemanes que configuraban el muro atlántico de Adolf Hitler. Esta fortificación costera, se extiende desde el Bidasoa, aunque en un principio los ingenieros alemanes quisieron darle inicio en la bocana del puerto de Bilbao, hasta la costa norte de Noruega. Es decir, cubre unos cinco mil kilómetros atravesando Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca y Noruega, siendo aún visible en múltiples puntos del paisaje costero del atlántico, como lo es en Hendaia, Sokoa, San Juan de Luz o Capbretón.
La línea defensiva está formada esencialmente por cerca de 12.000 construcciones en hormigón, de 600 modelos diferentes, cada uno de ellos con una función militar específica, adaptada a la orografía local y a la posición estratégica. Fue Fritz Todt el responsable inicial de la construcción del muro atlántico, si bien fue sustituido por Albert Speer, el arquitecto de cabecera de Hitler en 1942. La edificación de esta línea militar, congregó un elevadísimo número de recursos. Desde materiales, técnicos y humanos hasta económicos y logísticos, y si bien su funcionalidad militar no fue muy sobresaliente, tal y como se demostró durante el desembarco aliado, su construcción sirvió a la propaganda nazi de cuartada para levantar el ánimo de una desilusionada población alemana, haciendo hincapié en la impermeabilidad de las fronteras del Reich.
Una vez superada la lectura bélica y militar del muro atlántico, resta aún plantear otra lectura posible del mismo artefacto, como es su condición estética y territorial, de elemento edificado en el paisaje despoblado de la costa, y que vigila el horizonte desde una postura que Paul Virilio asemejó a la de los moáis de la isla de pascua.
Sin lugar a dudas ha sido Paul Virilio la persona que más a investigado en los valores estéticos de estas construcciones, cuyo carácter militar, esta impreso en la genética ingenieril, económica y racional que las ha creado, lanzando un fuerte vinculo con lo que la arquitectura racionalista y brutalista de la postguerra defenderá. Este arquitecto nacido en 1932 creció en Nantes, donde a los ocho años presenció la llegada de los alemanes, y a los once la destrucción de la ciudad bajo una lluvia de bombas de los aliados.
Al finalizar la guerra descubrió el mar al mismo tiempo que la paz, ya que la costa precisamente por la presencia del muro atlántico era una zona de control militar, y el acceso a la misma en los países ocupados estaba prohibido. En las playas Virilio se fascinó con los bunkers dejados por los combatientes, enigmas de una arquitectura bélica que comenzaba a ser reciclada por la población civil con otros fines.
Con una cámara Leica realizó un extenso inventario fotográfico, iniciando lo que treinta años después se convertiría en un ensayo arqueológico sobre la arquitectura de la guerra , Bunker Archéologie, 1975. El descubrimiento de esos bunkers definirían su trayectoria arquitectónica y filosófica posterior. Esta afirmación se demuestra al contemplar la obra que su oficina, formada junto a Claude Parent y en la que trabajó durante varios años Jean Nouvel, ha realizado durante la década de los 60, entre la que destaca con gran intensidad la iglesia de Sainte Bernadette construida en Nevers. Su inmenso y masivo volumen de hormigón armado se presenta con la rotundidad que Virilio había otorgado a los bunkers o a las mastabas, es decir con la presencia característica de los monumentos. La capacidad expresiva de esta masa pétrea, que carece de puertas o ventanas, que han sido sustituidas por grietas o huecos por los que entra la luz o se permite el acceso, se aprovecha al máximo al tratar con especial cuidado los acabados que la componen, dando un recital de precisión en cuanto a lo que supone el dominio de la técnica constructiva con hormigón armado.
Esta adaptación, aprendida de la intrigante presencia del bunker, de lo que supone la contraposición de estas masas silenciosas, pesadas y de marcada geometría al paisaje, se encuentra de igual modo en obras puramente artísticas, como el Elogio del Horizonte de Eduardo Chillida en Gijón, donde una pieza del escultor encaramada a lo más alto del acantilado de Santa Catalina se enfrenta al mar, conectando su vacío con el horizonte y la tierra desde un lenguaje abstracto.
Además de recrear las condiciones expresivas de estas construcciones bélicas, otra vía que está cosechando grandes éxitos es la de su recuperación. En el año 2008 el magnate de la publicidad Christian Boros inauguraba en Berlín su flamante galería de arte que con una superficie de tres mil metros cuadrados, rehabilitaba un bunker del gobierno de Hitler en el centro de la capital alemana, basándose en un proyecto que además integra su vivienda particular en el ático de la construcción original, redactado por el estudio Realarchitektur.
Basándose en las mismas premisas, pero con un lenguaje personal muy diferente, el arquitecto holandés Ben van Verkel y su estudio UNStudio han sido los encargados de rehabilitar un pequeño bunker en la costa de los países bajos, para su reutilización como cafetería y pabellón de té, ligado a una senda verde por los parajes costeros.
Estas ultimas obras y algunas anónimas que siguen el mismo camino, parecen defender la vieja premisa pacifista de que es mejor construir o en este caso reconstruir que destruir, sobre todo teniendo en cuenta que los bunkers constituyen un patrimonio que contribuye de manera determinante a luchar contra la falta de memoria.
IÑIGO GARCIA ODIAGA_VAUMM·PUBLICADO EN MUGALARI 20·03·09