Comentaba el arquitecto portugués Eduardo Souto de Moura en una reciente conferencia, lo llamativo de que el maestro del movimiento moderno Mies Van der Rohe poseyera un apartamento en las torres Lake Shore Drive que nunca ocupó. Las magníficas torres del arquitecto alemán edificadas en Chicago, durante su exilio debido a la segunda guerra mundial, son una de las obras de referencia del período americano de este arquitecto de referencia. Pero lo cierto es que Mies Van der Rohe nunca ocupó su apartamento en el edificio y prefirió vivir su exilio en una casa de estilo victoriano, antigua y de techos altos, en la que fue fotografiado por la revista Life, recostado en un sillón de orejas inglés con su inseparable puro y rodeado de sus libros, discos y recuerdos.
Lo más curioso de esta anécdota es que cuando Mies era fotografiado sentado en su famosa silla Barcelona, se le ve estirado, incómodo. Y a pesar de esta realidad un estudio realizado por el filósofo del diseño Victor Papanek ha detectado curiosamente que muchos arquitectos jóvenes ahorran dinero durante largo tiempo para comprarse la silla y exhibirla en sus hogares con orgullo. Esta contradicción sólo podemos explicarla si entendemos el mobiliario de Mies como un manifiesto, como un icono de la modernidad. La silla Barcelona, industrialmente denominada modelo MR90 es una obra clásica del diseño de mobiliario moderno del siglo XX, que gracias a la capacidad de síntesis y abstracción de Mies esencializa el modelo clasicista de la sella curulis, un tipo de silla usada por los magistrados de la antigüedad romana.
La unión vista del bastidor estructural de acero cromado y de los amortiguadores del asiento construidos a base de cinchas de cuero como componentes separados, y la combinación de materiales tradicionales y modernos, ajustándolos apropiadamente a su propósito funcional, se adaptan perfectamente a la concepción que tenía Mies del estilo internacional. Una nueva arquitectura que se presenta con un espíritu de continuidad con la historia de la arquitectura, pero con una expresión radicalmente nueva.
Precisamente por esta condición, resulta prácticamente imposible encontrar una monografía sobre la obra de arquitectos como Charles y Ray Eames en la que no se haga referencia a su mobiliario, que resume de mejor que cualquier edificio su actitud ante los problemas de construcción, arquitectura y diseño en la posguerra americana. O en una aproximación similar a la obra constructiva del ingeniero francés Jean Prouvé, parece inexorable no hacer una mención a sus muebles, que sintetizan de forma contundente la mejor definición de lo que el proceso de industrialización propugnado por Prouvé supone.
Un ejemplo más reciente, es el de Frank Gehry, tal vez el arquitecto contemporáneo que de mejor manera se ha servido de las facilidades que el diseño brinda, frente a los fuertes condicionantes del hecho construido, para hacer apología de su propio camino estético. El ganador del Premio Pritzker en 1989, es uno de los arquitectos que atesora una trayectoria más personal, con un vocabulario y estilo únicos, que le mantiene alejado de las modas y lenguajes más generales de su época. Pionero en los años noventa del uso de software aplicado al diseño y la construcción para la resolución de las complejas formas de su arquitectura. La Easy Edges Wiggle Side Chair, construida en cartón corrugado, es una muestra del desarrollo, que estas técnicas posibilitaron en materia de mobiliario.
Iniciado en el año 1969, el diseño de mobiliario es un camino paralelo al de su práctica arquitectónica. Sus diseños cuya realización es relativamente inmediata, y que incluso podrían ser construidos por los usuarios finales, son además de bajo costo. Demuestran su preocupación fundamental por el manejo de materiales básicos de una forma poco convencional para producir objetos que expresen además de su funcionalidad y carácter de piezas únicas. Con el tiempo, los muebles de Gehry adquirieron un aspecto más escultural en la serie Experimental Edges, en la que se empleaba un cartón ondulado más blando y maleable con canales más anchos que iba encolado a mano. A mediados de la década de los ochenta el artista concibió sus lámparas Pez y Serpiente realizadas con Colorcore, un tipo de laminado de plástico traslúcido que manipuló hasta lograr captar la sensación de movimiento que siempre le ha interesado, y que se han convertido ya en piezas claves dentro de su obra.
Todos estos diseños, liberados de las complicaciones constructivas de un edificio, y más acotadas presupuestariamente le han permitido a Frank Gehry una doble vía de investigación. Por un lado la posibilidad de usar el proceso de diseño industrial como una experimentación formal que más tarde podría traspasar a sus edificios y en segundo lugar la posibilidad de sintetizar y esquematizar, como ya hicieron otros muchos arquitectos, su personal lenguaje y posicionamiento teórico ante el diseño de un objeto reverenciado por muchos, una pieza de mobiliario.