Ahora, en las fachadas y calles de Providência han aparecido pancartas gigantes con fotografías de ojos con las más variadas expresiones. Nadie sabe de dónde han salido. La ciudad se pregunta quién está detrás de esta inusual intervención artística. Bien: el responsable se llama JR. «Acabo de dejar un momento la brocha y el balde de pegamento», explica. El francés ha interrumpido su agotador trabajo para hablar con EL PAÍS. «En televisión han puesto imágenes filmadas desde un helicóptero y han dado un número de teléfono para que la gente llame si sabe qué está pasando. Algunos periodistas han intentado acercarse, pero ninguno ha podido ver cómo trabajamos».
JR contactó con los líderes de la comunidad ayudado por el fotógrafo Mauricio Hora. «Cuando el proyecto comenzó a tomar forma, hablamos con los traficantes para explicarles que necesitábamos filmar, ya que lo documentamos todo. La regla es no tomar imágenes suyas o de los puntos de venta de droga. Somos muy prudentes. Nos cruzamos a menudo y suelen esperar a que hayamos terminado para sacar las armas», cuenta. «Ya nos hemos encontrado en medio de tiroteos entre la policía y ellos». «Lo de JR es una forma de guardar mi anonimato, porque en muchos lugares lo que hago no está permitido. Y también una manera de que la atención se centre en mi trabajo y no en mí», dice el francés, que se esconde tras unas gafas de sol y un sombrerito. Cuando estuvo en julio en Cartagena, para la edición de La Mar de Músicas dedicada a Francia, burló la vigilancia de la refinería de Escombreras, una zona de alta seguridad. Entró por la puerta principal con una furgoneta y pegó el retrato de un anciano en uno de los enormes tanques de combustible.
Tiene 25 años y, aunque acostumbrado a trabajar al margen de la ley, una de sus fotografías de formato descomunal se despliega hasta finales de mes en la fachada de la Tate Modern de Londres con todas las bendiciones oficiales. José Luis Cegarra, comisario del proyecto de Cartagena, lo presentó con estas palabras: «Antes lo perseguía la policía y ahora lo siguen los museos». Su obra se ha presentado ya en la Bienal de Venecia, el Artforum de Berlín o Les Rencontres de la Photographie de Arlés.Una de sus acciones más espectaculares -en su web (jr-art.net) se refiere a ella como la mayor exposición ilegal de fotografías de la historia- la realizó en marzo de 2007 en el muro construido por Israel. Le habían amenazado con un posible secuestro de Hamás o con que la policía palestina o el ejército hebreo lo expulsarían. Sólo lo echaron 15 días de Hebrón. «Nada comparado con todo lo que pegamos a ambos lados del muro», asegura riendo. También le avisaron de que nadie querría colaborar: «Se trataba de fotografiar a israelíes y palestinos con un mismo oficio y preguntarse cómo se ven el uno al otro. Pedíamos permiso en las casas y pegábamos juntas la foto del taxista israelí y el palestino. Sin problemas. Es importante mostrar que los límites no están donde creemos».
«Estas fotos no van a durar mucho tiempo con el viento y la lluvia. Nuestras exposiciones son efímeras y no damos respuestas; provocamos preguntas», explica. «Desde abajo se ven pequeñas barracas sobre la colina, pero no se ve toda la vida que hay dentro de la favela. Estos retratos miran a la ciudad asfaltada. En lugar de ser nosotros quienes les observamos a través de los medios de comunicación, son ellos los que nos observan».
«La venta de fotografías me permite financiar estos proyectos», dice. Por una de JR se pagan hasta 25.000 euros. También acepta encargos institucionales: en marzo viajó a Cartagena y se pasó dos días pateándose las calles. Para Los surcos de la ciudad se inspiró en las arrugas de rostros anónimos y las grietas de edificios en ruina en los que está impresa la historia de la ciudad murciana. «Le impactaron los refugios de la Guerra Civil. Y quería llegar a esos personajes con una posguerra muy dura, criados en prostíbulos, con los padres fusilados», cuenta Cegarra, impresionado por cómo JR conseguía que los octogenarios hicieran todos los gestos que les pedía. En octubre se editará el catálogo: «Poseo la mayor galería de arte del mundo. Expongo gratuitamente en las calles, atrayendo la atención de las personas que no visitan los museos. Mi trabajo mezcla arte y acción; habla sobre compromiso, belleza, libertad, identidad y límites. Soy un artivista».
Éste es el final de un camino que comenzó hace ocho años, cuando se encontró una cámara en el metro de París. En la estación de Charles de Gaulle-Étoile. «No era gran cosa, pero tenía película. Empecé con el fin de sacarme el bachillerato, porque la optativa de fotografía me podía dar puntos y me habían dicho que era fácil. A mí me daba igual, pero al final me enganchó».
publicado en el pais http://www.elpais.com/articulo/Revista/Verano/ojos/misteriosos/ciudad/elppor/20080813elprdv_1/Tes