En una cultura como la nuestra en la que la producción de elementos tangibles, mesurables y cuantificables secuestra todo el protagonismo, el diseño queda relegado a una suerte de arte decorativa, cuando no a un capítulo injustamente despectivo en el que los objetos pierden valor tras la expresión “son de diseño”. Esta postura nos hace olvidar que para bien o para mal todo lo que nos rodea ha sido diseñado, pensado, dibujado, por lo que desde esta realidad únicamente pueden establecerse dos categorías, las de los objetos bien o mal diseñados. Muchos pueden ser los motivos que determinen la puesta en marcha de un diseño, desde los económicos de la producción en masa, a la buscada exclusividad de las producciones limitadas; pero es innegable que los diseños que nos rodean en nuestra vida cotidiana, en nuestro vehículo, en un libro o en nuestro móvil, han sido diseñados al igual que una silla de Philip Starck.
A partir de estas reglas de juego, el diseño y la arquitectura han emprendido de la mano de las estrellas mediáticas de estas disciplinas, como el propio Starck, un camino con propuestas marcadas por un desmesurado interés por el espectáculo y el estruendo, camuflando precisamente su nulo valor tras el poder propagandístico de sus autores. Este modo de enfrentarse a los proyectos, aunque muy del gusto de la sociedad de consumo actual, se agota al igual que tras la explosión y el efecto visual inicial lo hacen los fuegos de artificio, promoviendo desde amplios sectores del diseño nuevos caminos.
Uno de estos nuevos caminos es el desarrollado por el estudio LAIA, formado por Deunor Bregaña junto con Anne Ibáñez Guridi, y que fue premiado en el año 2008 con el premio Sphere otorgado por el Art Director Club de New York. Un premio que podría equipararse al Nóbel del diseño, en relación al trabajo realizado por el estudio en el restaurante Mugaritz desde sus inicios, un trabajo de diseño global que abarca desde el nombre del restaurante a sus cartas, pasando por sus espacios y sus vajillas.
Un trabajo, que como muchos otros de los desarrollados por la oficina desde hace quince años, huye de lo histriónico, haciendo buena aquella máxima de que para evitar pasar de moda, nada puede ser mejor como no estar a la moda. Así sus propuestas silenciosas cautivan, no desde el silencio seco del minimalismo, sino desde una postura que dota de naturalidad al diseño. Una naturalidad que se expresa como una evolución natural del diseño, es decir como un reinterpretación, como una actualización si se prefiere, que busca compartir el placer del intelecto, desde la visión moderna y contemporánea de la cultura y de la identidad de nuestra sociedad.
El escritor Harkaitz Cano describió el trabajo de LAIA como el de una “fábrica de perplejidades”, un trabajo en el que las cosas son lo que son, es decir resuelven su condición funcional perfectamente, una de las premisas del diseño clásico, pero siempre estableciendo un mundo de relaciones, formales, contradictorias o de pensamiento que sean capaces de enraizar, tal vez desde la perplejidad el diseño con su ámbito social y cultural.
Desde esta forma de operar han salido techos diseñados ad hoc como el del restaurante del Kursaal que son techo acústico y escollera celeste, al establecer una relación formal con la escollera marítima que rodea el auditorio de la Zurriola. Trabajos como la tableta de chocolate Pythagoras, encargo de uno de los mejores chocolateros del mundo, Enric Rovira, en el que partiendo de la geometría de la clásica baldosa barcelonesa un colaborador, en este caso LAIA, rediseñe la forma en que se partirán sus porciones. Así tomando a Pitágoras como origen de la geometría pura, y mediante el giro continuo de un cuadrado dentro de los límites originales de la baldosa se plantea la cuestión de conseguir una pieza que enseñe porciones triangulares diferentes en su geometría pero idénticas en su superficie y peso, de nuevo un juego que a través de las matemáticas transita entre lo funcional y lo cultural.
Uno de sus últimos trabajos es la propuesta de lámpara bzzzz… que tiene como base poética la evocación de la argizaiola, una suerte de lámpara, íntimamente ligada a la identidad vasca, realizada con la cera de las abejas del caserío para iluminar el camino a la eternidad y a su vez un vínculo entre los presentes y los ancestros a través del fuego del hogar del propio caserío. Este punto de partida ha dado pie a un diseño con un fundamento constructivo muy sencillo: un tubo de inoxidable o aluminio que contiene un cable eléctrico, que se enrosca sobre un «alma» cilíndrica, cónica o prismática, hasta heredar su forma, de modo que esta estructura se convierte simultáneamente en soporte, difusor y conductor. Dando lugar a un diseño que admite versiones variadas de forma, tamaño, color y uso, en sus versiones de mesa, aplique de pared, o pié, que resuelve perfectamente sus condicionantes funcionales sin olvidar aspectos más propositivos abiertos a un juego intelectual.
Estos diseños conforman desde lo local una forma de entender y presentarse ante lo global, simultaneando su sencillez con la seguridad que otorga la convicción de asentarse sobre los cimientos de una identidad que permanece en nuestro subconsciente y que aporta un modo natural de acercarnos la contemporaneidad a nuestra vida cotidiana.