En la tan nombrada crisis económica actual, la arquitectura parece estar tanto en el origen como en la solución del problema. Sin poder huir de su responsabilidad en las especulaciones inmobiliarias de la “economía del ladrillo”, se ve en la encrucijada de tener que plantear nuevos modelos de desarrollo, con una gestión más sostenible tanto de los recursos energéticos y materiales, como económicos.
En una reciente entrevista realizada al arquitecto Emilio Tuñon, ganador del premio Mies Van der Rohe 2007 otorgado a su oficina Mansilla+Tuñon por la realización del centro MUSAC de León; se le preguntaba sobre cómo afectaría la crisis económica actual a la arquitectura.
“Si nos referimos a arquitectura de calidad, no estoy tan seguro de que se pueda ver afectada……. La buena arquitectura es siempre buena. Lo que sí es cierto es que en estos tiempos de crisis la mayoría de las disciplinas, creativas y productivas, deben replantearse totalmente, volverán a la mesura frente al exceso consumista de los últimos años.”explicaba introduciendo en su argumentación dos ideas fundamentales para poder replantear los modelos de actuación arquitectónicos actuales.
En primer lugar la asunción de los errores cometidos, relacionados con el frenesí constructor de muchos en una carrera del “todo vale”, sin cuestionarse el coste, no sólo económico, sino ecológico, social y metodológico, que esta manera de actuar ha generado.
En segundo lugar, la necesidad de cambio, de replanteamiento de los procedimientos vigentes hoy en día, pero no como una postura de defensa puntual ante la situación actual, sino como una reformulación total de los modelos establecidos que permitan salir fortalecidos de esta etapa.
En la cultura china la palabra crisis, no se entiende como algo negativo o destructivo, sino que su significado es sinónimo de oportunidad. Una crisis debe ser un punto de inflexión, un momento decisivo en el que aparecen tensiones y señales desestabilizadoras que obligan a tomar en consideración la necesidad de un cambio de rumbo, de dirección. Una crisis implica un cuestionamiento de nuestras creencias y nuestros hábitos, una corrección de percepciones y modelos de acción. Ante un mundo que en forma de crisis global, plantea retos políticos, sociales, económicos, culturales y medioambientales, la arquitectura y los arquitectos no pueden abstraerse de esta realidad cambiante, y deben adoptar posturas activas sobre estos cambios.
Se puede afirmar que ésta no es una actitud novedosa, históricamente varias han sido las crisis que han afectado a los sistemas económicos y productivos, y por lo tanto a la arquitectura.
Son ejemplarizantes, las catástrofes financieras o sociales, como la “Gran depresión” del 29, o la situación de posguerra, con un mundo por reinventarse tras la 2ª guerra mundial, en la década de los cincuenta, indisolublemente ligadas a la arquitectura moderna.
La arquitectura recicló técnicas y materiales desarrollados por los ejércitos durante la contienda militar y creó una forma de domesticidad de posguerra; defendida por la propaganda americana como la “felicidad doméstica” que venía a dar respuesta al sueño americano; lo que dio origen a un “nuevo movimiento moderno”, diferente del que Le Corbusier o Mies Van der Rohe habían exportado desde el viejo continente.
Arquitectos como Charles y Ray Eames fueron conscientes de las necesidades que su mundo demandaba y reformularon el estilo internacional, aprovechando una evolución técnica que les permitió por ejemplo levantar sus Case Study, como se construye un avión, con los mismos métodos, estructurales: armadura ligera, tirantes metálicos, soportes tubulares, representando la realizando del sueño Le Corbusieriano de una construcción totalmente industrializada.
El diseño y construcción de las Dymaxion Deployments Units de Buckminster Fuller es también heredero de esta época y su relación con la crisis de posguerra es de tal magnitud que su comprensión se tornaría imposible sin entender primero la etapa de las que son deudoras. Fuller se encarga de transformar la arquitectura cotidiana, o más bien, la de unidades industrializadas de graneros de acero corrugado galvanizado, que surgían en medio de los campos de trigo, para convertirlos en eficientes refugios de guerra prefabricados y producidos en serie. Estos bidones que eran diseñados para proteger el grano contra agresiones de roedores y climáticas, podrían servir como refugios de emergencias de fácil transporte alrededor del mundo.
Este tipo de situaciones, tienen una translación directa al momento actual, como demuestra la obra de Shigeru Ban. Desde el inicio de su práctica profesional ha trabajado en proyectos humanitarios, y constituye una rara excepción en el panorama de la arquitectura actual, ya que en su oficina conviven los encargos para campamentos de refugiados, que desarrollando con ingenio las experiencias de Buckminster Fuller, se resuelven con viejos toldos de camión y tubos de cartón reciclados de mínimo coste, junto con proyectos de hoteles de lujo en cualquier país de los llamados desarrollados. Esta diversidad demuestra la amplitud de exigencias a las que debe responder la profesión, así como la comprensión de lo que significa ser arquitecto en el caso concreto de este arquitecto japonés.
Si bien, en el caso de la arquitectura los cambios positivos se producen mayoritariamente apoyados por el progreso tecnológico en nuestro entorno construido, parece que en el momento actual es la validez de los actuales modelos de crecimiento urbano, lo que se cuestiona con un mayor énfasis. Y es la arquitectura la que deberá replantear los caminos a seguir, tanto en los nuevos modelos residenciales como en lo que a configuración del espacio urbano se refiere, para poder dar una respuesta acertada a las cuestiones que una sociedad con sus modelos culturales, económicos y políticos en crisis se plantea.
iñigo garcia odiaga_VAUMM publicado en mugalari el 16·01·09