Proyectos como el garaje para 1000 vehículos en París diseñado por Konstantin Melnikov en 1925, o sus evoluciones como el construido en 1927 los Garages Bakhmetevsky en Moscú, en colaboración con Vladimir Shukhov. Son claros ejemplos de edificios en los que el uso de sistemas industriales aplicados a la arquitectura de vanguardia y la fascinación de la vanguardia por el poder ilimitado de la revolución industrial daban como resultado arquitecturas solamente entendibles bajo esas circunstancias.
Hoy en día, la crisis energética, medioambiental y como no la económica han reposicionado la potencia industrial bajo la premisa, a estas alturas inexcusable, de la sostenibilidad. El coche de gran cilindrada icono del poder personal del que lo conduce se transforma ahora en un accesorio eléctrico de diseño futurista que parece no solo solucionar nuestros problemas de movilidad sino mejorar el medio ambiente con su mera presencia.
La arquitectura actual muy ligada a la cultura de la imagen y de la comunicación también ha sabido explotar los recursos de esta nueva mentalidad y sacar partido de este cambio sistemático de mentalidad. Desde esta óptica se puede entender el surgimiento de edificios como el museo del transporte de Suiza, obra de los arquitectos Gigon y Guyer inaugurada recientemente en Lucerna. Las fachadas del edificio, un gran contenedor que alberga en su interior todo tipo de camiones, furgonetas y vehículos son obvias e iconográficamente rotundas. La más llamativa es la piel-patchwork de señales recicladas de las autopistas suizas. Una reutilización que además de hablarnos de descontextualización y lanzarnos nuevos mensajes, nos habla de reutilización y paradójicamente nos indica un sinfín de direcciones.
En la misma línea de este edificio, pero si cabe con algo más de rotundidad se encuentra el Museo de la automoción de Madrid diseñado por los arquitectos Tuñon y Mansilla, que se encuentra aún en fase de construcción. El edificio situado en un nudo de autopistas se presenta como un gran cilindro cuya envolvente se construye a partir de los restos reciclados de los propios objetos que se expondrán en el interior del edificio, esto es, la carrocería de automóviles que, tras perder su uso y ser despojadas del motor y del resto de las piezas recuperables del complejo mecanismo que supone un coche, será limpiada y aplastada para pasar a ser parte esencial del cerramiento del edificio. Tras una serie de procesos de galvanizado, limpieza y ajuste la utilización de coches prensados se plantea, no sólo para activar la memoria del visitante, sino también como la representación de una actitud activa frente al proceso de reciclado y de conciencia ecológica.
Un ejemplo más cercano, pero que refleja la misma respuesta de la arquitectura contemporánea hacia estas cuestiones tan determinante, es el de la sede de Audenasa, las oficinas de Autopistas de Navarra, en Noáin, un municipio de la periferia de Iruña. Antonio Vaíllo y Juan Luis Irigaray han reinterpretado en este edificio la ya mítica envolvente de gaviones que encerraban piedras de basalto para filtrar la luz y mantener la idea de cueva de las bodegas Domino en el valle californiano de Napa.
Además de actuar como un envoltorio térmico la piel exterior pétrea transportaba al espectador hacia los materiales del lugar, hacia las rocas del paisaje e incluso hacia lenguajes cercanos al Land-art. Siguiendo los mismos principios que el proyecto del dúo suizo, la fachada norte de Audenasa, también actúa como un colchón térmico, pero en esta ocasión rellenando los gaviones con los restos de los cientos de neumáticos que se recogen abandonados en las autopistas navarras.
Estos sillares de neumáticos reciclados, al igual que los anteriores ejemplos, además de actuar como elementos de la envolvente del edificio, más o menos afortunada, nos hablan también de un cambio de ciclo en la que el acierto está más en repensar, reutilizar y hacer del desecho virtud, que en seguir consumiendo sin freno.
VAUMM _ iñigo garcía odiaga _ publicado en MUGALARI 10.10.22