El retorno del color

El color vuelve a recuperar un alto grado de protagonismo en la composición de las fachadas de los edificios de vanguardia, pero no aparece como un mero elemento decorativo sino más bien como un sistema que refuerza la capacidad de comunicación entre el edificio y su contexto, tanto físico como cultural.

Cuando en 1923 J.J.P. Oud, uno de los arquitectos de referencia del movimiento moderno edificó la caseta para la dirección de las obras de la colonia Oud-Mathenesse en Rotterdam, se refirió a la racionalidad del proyecto del siguiente modo: “Es una arquitectura que se expande libremente a plena luz, con una pureza de proporciones, con una explosión de colores que apoya la claridad de la forma”.
La caseta que fue destruida durante la segunda guerra mundial, pero que los vecinos del barrio reconstruyeron en 1993, se compone de tres prismas maclados formando una pieza de proporciones cúbicas, en la que cada uno de los volúmenes se destaca al estar pintando con uno de los colores primarios. La obra de Oud es una de las pocas que incorpora el uso del color, convirtiéndolo en un elemento propio de la obra, sobrepasando el carácter decorativo que en principio se le presupone.

El movimiento moderno, no sólo despreció el uso del color, sino que incluso lo convirtió en un elemento proscrito en su búsqueda de una arquitectura de base totalmente racionalista. En este proceso de esquematización, industrialización, racionalidad y estética de geometría pura el color blanco, o mejor dicho la ausencia de color, se convirtió en el camino a seguir. Solo en contadas ocasiones los arquitectos del movimiento moderno incorporaron a su obra el color, convirtiéndose de esta manera Luís Barragan, junto con J.J.P. Oud o Le Corbusier, que incluso en su periodo de las casas blancas lo utilizaría, en las claras excepciones.

El caso del mexicano es especialmente notable, ya que en un país con una mano de obra poco cualificada, el color se tornará un elemento de vital importancia para poder realizar muros de gran limpieza geométrica y de elevada pureza estética, que carecen en principio del rigor constructivo europeo. Además en obras como la capilla de las Capuchinas Sacramentarias de 1952, las torres de la Ciudad Satélite 1957 o la Casa Gilardi 1972, el color se convertirá en un recurso natural para desarrollar su arquitectura concebida como un juego de planos, luces, texturas y sombras en la búsqueda de espacio de una gran calidad ambiental.

Bien por la radicalidad de los planteamientos del funcionalismo moderno, o bien por la prohibición expresada por Adolf Loos, al equiparar ornamento y delito, el color ha atravesado su propia travesía del desierto al haberse visto relegado a mero elemento decorativo, hasta que la arquitectura de vanguardia ha empezado a recuperar su uso como elemento constitutivo de la arquitectura.


Uno de los primeros edificios en re-fundar el uso del color fue el Museo de arte contemporáneo de Castilla y León, obra de Mansilla+Tuñón arquitectos que recibió el premio Mies Van der Rohe en el año 2007. Las vidrieras góticas del siglo XII de la catedral de León se traducen, en las láminas de vidrio plano llenas de color que recubren el museo de arte contemporáneo. El edificio establece así un continuo temporal con el lugar en el que se asienta, formalizando un diálogo a través de los siglos entre los dos edificios más importantes de la ciudad de León.Pero la oficina que más a centrado su trabajo en el empleo del color ha sido la formada por Matthias Sauerbruch y Louisa Hutton. Entre sus obras destaca la estación de policía y bomberos construida en el 2004 en Berlín. El edificio una pastilla alargada de dos alturas presenta unas fachadas resueltas con un aplacado de láminas de vidrio impreso, que fijan el color mediante un esmaltado al horno. La función técnica de la piel de vidrio, es de actuar como un filtro de protección solar, pero más allá de esta resolución técnica es fundamental el poder comunicativo que el color aporta al cerramiento del edificio.

La fachada se reviste con un pixelado que va del rojo al verde, los colores tradicionales de los bomberos y de la policía alemana y es esta gradación del color la que aporta al edificio una suerte de arquitectura parlante, reflejando la capacidad comunicativa de un contenedor a priori mudo.

Lo mismo ocurre en uno de los últimos edificios realizados por la pareja alemana, el Brandhorst Museum en la ciudad de Munich inaugurado en el año 2008. El museo acoge la colección “Branfhorst” de arte contemporáneo, cimentada en un gran número de obras de contenido abstracto y geométrico. Tomando la colección como referencia directa, la composición de las fachadas, toma las armonías de color de la pintura abstracta, superponiendo al lienzo pintado del fondo, un celosía vertical de cerámica, formado así un collage de colores y sombras. Esta solución supera de nuevo un fin estético para reformular la relación existente entre el contenido, es decir la colección de arte y el continente, es decir el edificio.

Son sin lugar a dudas las relaciones de este tipo, las que dotan al color de un gran interés arquitectónico, ya que presentan su uso como un modo de amplificar las relaciones entre el edificio y su entorno. Dotando a la fachada de unas características que superan las condiciones estéticas, es decir de “lo bonito o lo feo”, para presentar el cierre del edificio como un elemento funcional que a las cuestiones técnicas de confort añade la capacidad de comunicación. La fachada alcanza de este modo una condición cercana a la de una membrana porosa que transmite información de las conexiones que el edificio establece con el lugar, el programa o la época en la que ha sido edificado.

VAUMM_iñigo garcía odiaga_publicado en el semanal MUGALARI 09.06.12

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