El pasado mes de marzo Mexico inauguraba como si de un proyecto de estado se tratase la nueva sede del Museo Soumaya, una situación contradictoria si tenemos en cuenta que se trata de una inversión particular liderada por Carlos Slim, el empresario de las comunicaciones, considerado en la actualidad el hombre más rico del mundo.

Los negocios de Slim le han permitido acumular una inmensa y ecléctica colección de arte, que ahora sirve de punto de partida a este proyecto cultural que pretende demostrar el poder innovador y tecnológico de una sociedad como la mexicana. Y es que el encargo que Carlos Slim hizo en 2005 al joven arquitecto Fernando Romero incluía la necesidad de representar el potencial de la economía e ingeniería del país, y traducirlas en una solución global capaz de elevar la maltrecha ilusión de los mexicanos.

De este modo el estudio LAR de Fernado Romero comenzaba a trabajar desde la premisa de levantar un nuevo icono que debía hipnotizar y sorprender a cualquier observador, repitiendo de nuevo lo que se vino a llamar el efecto Guggenheim. A pesar de la juventud de Romero, este tipo de problemática, en cierto modo tangencial al hecho arquitectónico, no le es excepcional, ya que durante su proceso de formación había colaborado con OMA. En la oficina holandesa de Rem Koolhaas se responsabilizó del proyecto de la ópera de Oporto, un edificio que al igual que el Museo Soumaya debía insertarse en un contexto de crisis y ser capaz de convertirse en el elemento tractor de la maltrecha y deprimente economía de la región.

Apoyado además desde un punto de vista disciplinar por el caos urbano del distrito de Polanco donde se ubica la nueva edificación, el proyecto define una geometría escultórica ajena al entorno, generada por medio de la deformación de un romboide extruido y rotado, cuyos extremos se expanden provocando un compresión torsionada en la parte central del edificio.
Dada la variedad de las colecciones que incluyen obras de arte fechadas desde el siglo XI al XX y procedentes tanto de América Latina como de Europa y caracterizadas además por la diversidad de los formatos en que se presenta como muebles, pinturas, esculturas, moda o monedas; la idea de un contenedor de arte a condicionado el diseño interior.

El interior del Soumaya pretende ser un filtro entre la experiencia de la ciudad y la del interior, ligada ya a la contemplación del arte, por lo que el vestíbulo es un ámbito de descompresión para olvidar el estrés de la megaurbe. Una rampa continua con base espiral conecta las seis plantas del museo que suma 14.000 metros cuadrados, de los cuales 6.000 están dedicados a la exposición de arte.
Uno de los elementos más complejos pero al mismo tiempo más interesantes, es la resolución de la fachada. Tras un largo recorrido en el que se llegaron a proponer incluso soluciones contrarias los promotores de Soumaya aceptaron esta solución de fachada compuesta por 15.000 placas hexagonales de aluminio. El despiece de esta piel metálica de extrema complejidad geométrica está formada por 1.000 familias diferentes que varían en sus dimensiones para adaptarse a las sinuosas formas del edificio. Este patrón básicamente se traduce en una piel muy ornamental que ofrece imágenes muy cambiantes y sugerentes cercanas a la ensoñación al reflejar el cielo, los edificios del entorno y el movimiento de la ciudad. Esta solución tan dinámica de la envolvente exterior contrasta con la imagen interior del inicio de la exposición, en la que el pensador de Rodin recibe al visitante en una sala blanca resuelta con una resina continua que recorre el suelo, las paredes y el techo generando un ambiente onírico en el que la escultura aglutina todo el protagonismo.

El Museo Soumaya se encuentra en la intersección entre el capricho y el desafío, la ambición y la belleza, y cristaliza a través del potente lenguaje visual de la arquitectura las ilusiones soñadas por una sociedad con ganas por superarse.

VAUMM _ iñigo garcía odiaga _ publicado en ZAZPIKA 09.05.2011