Construir una piedra


Hace un par de años la oficina de Antón García Abril, Ensamble Studio, recibió el encargo de construir un pabellón de invitados como complemento a una casa en la costa gallega de Laxe. Un pequeño edificio para ser usado en estos días de vacaciones, en los que el contacto con el mar y la naturaleza es tan apreciado.
Ocuparía un espacio del pequeño pero impresionante bosque sobre el atlántico, que rodea la casa existente, con lo que esto conllevaría de maltrato a la parcela y a las vistas de la casa actual. La primera tentación sería la de realizar una pieza camuflada, que imite la naturaleza, y que así no moleste y pase desapercibida. Pero, ¿Por que no construir una pieza no camuflada, sino que fuese natural en su propia esencia?


El edificio construido ha recibido por su geometría amorfa y su construcción azarosa, también por su aspecto terroso, el nombre de Trufa.
La Trufa es un fragmento de naturaleza construida, una roca, una cueva, un montículo de tierra. Un espacio dentro de una piedra que se posa en el terreno y que se mimetiza con el territorio. No se camufla, es una piedra en sí misma, al emular los procesos de formación mineral en su estructura, y se integra con el medio natural al someterse a sus leyes. Es un proyecto que parece haber sido creado por las fuerzas de la naturaleza más que por la mano humana.

Se excavó un pequeño agujero y con la tierra extraída, tierra vegetal, se elaboró un montículo que actuaría como encofrado. Con fardos de paja se construyó el volumen que después sería el vacío, los fardos actuarían como encofrado perdido del hormigón. El hormigón vertido en masa ocupó el espacio entre la pared de tierra y envolvió el espacio ocupado por la paja. Tras el fraguado se retiró la tierra hasta descubrir la forma amorfa dejada por el contacto tierra-hormigón.

Como cuenta el propio Antón García Abril, autor del proyecto: «La tierra y el hormigón intercambiaron sus propiedades. La tierra proveyó al hormigón de su textura y color, su forma y su esencia, y el hormigón le entregó a la tierra su resistencia y estructura interna. Pero aún no era arquitectura lo que habíamos creado, habíamos fabricado una piedra.»

Tras el descubrimiento de esa roca terrosa se utilizó maquinaria de cantera para cortar la parte delantera y trasera y de ese modo poder acceder al interior y descubrir el núcleo construido con paja, ahora comprimida por la presión ejercida por el hormigón.
En un giro llamativo, pero también significativo de la metodología utilizada para vaciar el interior se usó un ternero.
El volumen interior ocupado por algo más de 50m3 sirvió de alimento durante un año al animal. Tras haberse comido el volumen interior aparecía el espacio por primera vez, restaurando la condición arquitectónica de la roca y pasando de gruta a cobijo del animal y de la masa vegetal a espacio habitable.



Su ambigüedad entre lo natural y lo construido, la compleja materialidad que el hormigón en masa había aportado generaba distintas lecturas de un mismo elemento edificado . Desde la textura informe de su exterior, hasta la violenta incisión de un corte que revela su vocación arquitectónica, llegando a la expresión fluida de la solidificación interior del hormigón. Esta materialidad espesa, que dota a las paredes verticales de una escala almohadillada proviene de la dimensión de los fardos, y contrasta con la liquidez continua del techo que recuerda al mar que se ve en el horizonte.

El mobiliario interior aporta los únicos elementos que pueden identificar el interior con el de un espacio doméstico, aportan el confort y la habitabilidad necesaria en la arquitectura. El resto es naturaleza construida, roca, gruta o guarida. Es la expresión de haber construido con medios humanos un fragmento de naturaleza que únicamente revela la arquitectura al final, al ejecutar su vacío.

Aparece así un pabellón de veraneo, en el que un sofá, una chimenea, el baño y una cama ligada a una impresionante ventana sobre el atlántico, convierten a su usuario en un turista a medio camino entre un campista y un hombre de las cavernas.
La trufa podrá gustar o no, se podrá estar de acuerdo o no, pero en cualquier caso no se podrá negar que parece llevar en el solar toda la eternidad, la eternidad que tienen en su interior las rocas de los acantilados que se ven desde su imponente situación.


VAUMM _ iñigo garcía odiaga _ publicado en ZAZPIKA 17.07.2011

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