A menudo se tiende a pensar que la modernidad, que la vanguardia está enfrentada a la tradición o a lo vernacular. Este razonamiento válido para casi cualquier disciplina de la vida cotidiana se ve amplificado en el campo de la arquitectura. En los entornos rurales de nuestro paisaje puede comprobarse con claridad esta mentalidad, en aras de la cual, se han levantado edificios o neo-caseríos que imitan en cartón piedra los rasgos estilísticos de los edificios tradicionales, pero que no son más que un mero falsete de la tipología original. Por lo general su adaptación al terreno es pésima, cuando ésta es precisamente una de las claves del caserio tradicional. Las laderas de los valles se aprovechaban para dar acceso a las cargas hacia la ganbara, mientras las personas o los animales accedían por la planta baja, mientras en la actualidad la modificación radical de la topografía es el punto de arranque de cualquier proyecto de este tipo.
Es digno de comentar además, como las distribuciones de estos edificios con forma y decoración de caserio presentan espacios interiores que reproducen los apartamentos urbanos de cualquier ciudad, demostrando por lo tanto, que la falta de imaginación que ya se podía intuir en sus fachadas se recrudece en su interior.
Una falta de imaginación de la que nunca adoleció el modelo original, ya que este, visto desde nuestro tiempo como una joya del pasado, fue un grito de modernidad y de vanguardia en su tiempo. Ninguna familia del siglo XVII hubiese aceptado vivir en una casa obsoleta o si se prefiere, no optimizada a su modo de vida. ¿Por que entonces en la actualidad se da esta paradoja?
Por algún extraño mecanismo, se tiende a confundir el respeto al paisaje, a la tradición o a nuestros pueblos, con la copia adulterada y deslavazada del original, sin pararse a pensar que desde la actualidad pueden proponerse nuevas fórmulas, nuevos modelos o tecnologías que partiendo de los valores de la arquitectura tradicional los actualicen y adapten a un nuevo mundo y a unos nuevos modelos de vida.
Nadie puede negar que la belleza de multitud de los núcleos rurales que adoramos, reside en la calidad de sus arquitecturas y en como éstas fueron dispuestas en el territorio, pero tampoco se podrá negar que las lógicas que gobernaron esas decisiones distan mucho de las que en la actualidad podrían tomarse como punto de partida. La coexistencia de ambos modelos es una necesidad y una obligación, pero tanto los ciudadanos como las administraciones que regulan los marcos legales deberían apostar por la modernidad. Una modernidad entendida como aquella capaz de proponer arquitecturas que den respuesta a cuestiones de nuestro tiempo, como son el medio ambiente, la economía, la energía o los nuevos modelos de unidad convivencial y que además ponga en valor y se muestre respetuosa con las claves que determinaron la belleza de estos entornos.
Un buen ejemplo de un edificio que apuesta por esta convivencia de modelos, es el recientemente inaugurado y proyectado de forma conjunta por los estudios franceses JKA y FUGA.
El proyecto es especialmente señalado si tenemos en cuenta que se trata de la rehabilitación como hotel de una antigua villa de campo de 1826, situada en el casco histórico de Pied de la Plagne y que fue catalogada como un hito de la arquitectura tradicional de la región por la administración francesa.
Sabedores de que el valor de esa arquitectura tradicional recae fundamentalmente en su gran volumen compacto, en su cubierta protectora y en la madera característica de la región que recubre sus fachadas, los arquitectos centraron sus esfuerzos en el mantenimiento y si cabe la potenciación de estos puntos clave.
Pero evidentemente un cambio tan importante en el uso del edificio, el paso de una villa unifamiliar a un hotel rural, requería de modificaciones del modelo original. Uno de estos puntos de fricción entre ambas estructuras fue el de la necesidad de buscar mayor entrada de luz natural. La subida del número de habitaciones ligadas al uso hotelero motivó la necesidad de abrir un mayor número de ventanas en la fachada. Para ello los arquitectos recurrieron a las técnicas tradicionales de recorte en la tablazón de madera del revestimiento, pero en lugar de imitar los motivos vernaculares, plantearon un modelo geométrico más sencillo y uniforme, más adecuado no ya a los gustos, sino a las técnicas constructivas de la modernidad. De este modo la imagen final del edificio navega entre el pasado y el futuro, no entra en colisión con los edificios antiguos que lo rodean, pero tampoco cede el valor de su actualidad y vigencia.
Suele decirse que uno de los éxitos de la gran aceptación que tienen las nuevas tecnologías, reside en que éstas, están pensadas para hacer la vida más fácil y agradable, cuestión que conecta rápidamente con las aspiraciones de cualquier usuario. Del mismo modo podría interpretarse que la arquitectura actual debe seguir esta idea de éxito y preocuparse por facilitar la vida a sus usuarios, resolviendo los problemas y las necesidades concretas que estos le planteen, para asegurarse que el ciudadano medio apueste decididamente a favor de la modernidad.